EL PONT DE LA MAR
La altura
de su mano
era mi mejor
manera
de observar
la ciudad.
Fuerte,
blanquísima,
asida a la mía
cruzábamos
el puente.
Cada piedra
saltada,
componía el laberinto
que sería mi vida.
A su lado,
cada domingo,
como un ritual,
cruzábamos el puente.
Las piedras permanecen
intactas,
y la mano
sin casi saberlo,
sigue acompañando
el laberinto.
En ella,
aun hoy,
convergen
todas las maneras
de mirar
esta ciudad.
María José 2012
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